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miércoles, 20 de noviembre de 2019

HERMANITOS.


4 comentarios:

  1. Era como el lamento de una cría de gato abandonada, que el fragor de los laureles y de las mimosas azotados por el viento del nordeste apenas encubría. La gata asilvestrada que se acercaba a veces a la casa, me tenía acostumbrado a verla llevar prendidos de los dientes los diminutos gatos de cada camada que paría, mudándolos de guarida según venteara el peligro de garduñas y raposos. Pensé que uno de aquellos cachorrillos habría quedado solo, quizá famélico, entre las zarzas. Volvía el viento y tornaba aquella especie de lamento. Hasta que me di cuenta de que eran dos ramas altas de una mimosa que, al entrechocar mecidas por el viento producían aquel extraño quejido que creía de gato o de alimaña abandonada. Se diría que los árboles también saben llorar. No obstante, no consta en el relato aquel -que ya conté- que el salguero se quejara.

    (De mi correspondencia pastoril)

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